Benero, un hombre digno de venerar

Escrito por Amaury Ureña

Soy de los que entienden que la muerte santifica a los humanos, y pienso esto porque veo que tendemos a resaltar el lado positivo de las personas que fallecen. No me gusta jugar a santificar a quienes en vida mostraron una conducta reprochable.  Por esa razón, lo que voy a decir de esta persona, lo diré a partir de lo que vi y de lo que conocí de él, esta persona no es necesario santificarla, ya lo hizo con su vida.

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Su nombre completo era Benedicto Antonio Borbón Díaz, una persona a la que todos llamaban Benero. Según el diccionario, la palabra Benedicto significa varón, su apodo Benero, es un derivado del verbo venerar que significa respeto o devoción profunda que se siente por alguien. Esta definición de su apodo es la más adecuada para la persona que traté. Benero era una persona digna de venerar porque daba a los demás ese trato tan afable, tan amable, tan respetuoso que mereció en su vida tan divino apodo.

Recuerdo la primera vez que lo conocí en el Politécnico Ramona Alt. Tejada Marte, cuando me dio la mano, Silfredo Borbón, quien me lo presentó, me dijo – Ese es Benero – ¿Benero? – pregunté, era la primera vez que escuchaba un nombre tan peculiar. Él me sonrió.

Lo traté por varios años mientras laboró en el centro educativo. Puedo dar testimonio que fue una persona amable, laboriosa, responsable y colaborador. Recuerdo que en una ocasión yo estaba en mi aula intentando conectar mi laptop a un interruptor dañado, él me vio trajinar, al verlo le dije que este enchufe estaba defectuoso y él se fue. Al otro día lo encontré en mi aula, con un interruptor nuevo y con todas las herramientas necesarias instalando y resolviendo un problema que no le pedí resolver. Ese es el Benero que conocí.

La última vez que hablé con él fue cuando buscó la nota del tercer periodo de su hija Kiosberni, él pasó al salón de maestros a saludarme, me paré, lo abracé (el último abrazo que nos dimos) y le pregunté cómo estaba la nota de su hija, el me respondió sonriente – No sé, veo que tiene 100 en inglés- luego no recuerdo lo que hablamos y nos despedimos para siempre, pensando que iba a existir otra ocasión, pero la muerte no tenía otra cita en su agenda.

Lo recuerdo también cuando me sentaba a su lado en las horas libres, y escuchábamos música que él colocaba en su teléfono celular. Siempre colocaba baladas de Marco Ant. Solís, José Luis Perales. entre otros. También recuerdo que en una fiesta de navidad que se hizo el centro educativo me senté junto al él y a Silfredo, hablamos de muchas cosas, pero nunca se me borra de la memoria cuando al sonar un merengue (no recuerdo de qué merenguero) y él sacó a bailar a la profesora Milagros Dominici, verlo tan alegre en ese momento disfrutando se me quedó en los recuerdos.

Otras cosas quedan flotando en mi mala memoria: su sonrisa sincera, su tono de voz, la temperatura de su mano al saludar, sus sabias palabras, su caminar peculiar, su mirada…

Benedicto fue un hombre de bien, hasta donde lo conocí. Su vida fue el más vivo ejemplo de humildad y benevolencia. La muerte nos hizo a todos los que lo conocimos una mala jugada con su partida, pero esta no se puede apelar, debemos acatar su sentencia.

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