La Palabra hoy
Un gran acontecimiento
Por Manuel Raimundo Martínez.
Cuando investigamos sobre los grandes acontecimientos ocurridos en la historia de la humanidad, nos encontramos con una larga lista de eventos que han marcado el paso de la civilización. Podemos citar algunos de los acontecimientos considerados más importantes o de más relevancia para el desarrollo de la humanidad o en su defecto, que han provocado grandes daños a la humanidad. Esta lista incluye: El descubrimiento del fuego (hace 1,4 millones de años), La invención de la rueda (año 3500 a. C.), La Ilustración (siglo XVIII), La llegada del hombre a la Luna (año 1969), Bombardeos en Hiroshima y Nagasaki, Atentados del 11 de septiembre, Terremoto del Océano Índico, Caída del Muro de Berlín, Asesinato de John F. Kennedy, Accidente del transbordador espacial Challenge, Irrupción de Internet y de las nuevas tecnologías, y la pandemia del Covid19.
Todos estos hechos son considerados históricos, debido a que existen pruebas de que ocurrieron o porque se han vivido recientemente. No cabe dudas de que cada uno de estos eventos realmente han tenido una importancia capital para la humanidad, y entendemos que la lista puede ampliarse aún más.
Sin embargo, existe un acontecimiento que generalmente no aparece en la lista de acontecimientos históricos, debido a que no existen las suficientes pruebas de que haya sucedido, según los historiadores e investigadores dedicados a este tipo de investigaciones o consideran que las pruebas existentes son parciales o podrían estar contaminadas. Nos referimos al acontecimiento más grande que jamás haya experimentado la humanidad, el nacimiento de Jesús de Nazaret, el Cristo, el Dios con nosotros.
Aun a pesar de las dudas expresadas por los investigadores e historiadores, paradójicamente, estos dividen los grandes acontecimientos en dos grandes bloques, Después de Cristo (D.C.) y Antes de Cristo (A.C.), curioso, ¿no?
Decimos paradójicamente, porque resulta extraño que el acontecimiento que no se avala, es precisamente el que se utiliza como referencia para todos los demás.
Y no es coincidencia, ni nada extraño para los que que Con el Credo Niceno-Constantinopolitano respondemos confesando: «Por nosotros los hombres y por nuestra salvación bajó del cielo, y por obra del Espíritu Santo se encarnó de María la Virgen y se hizo hombre». (Catecismo de la Iglesia Católica, No. 456).
Es aquí el gran misterio, el gran acontecimiento que no han comprendido muchos a través de los siglos, y que, a pesar de todas las manifestaciones, aun hoy, siguen muchos sin comprender. Pero la gran pregunta es, ¿y para qué se encarnó el verbo, con qué finalidad, qué persigue? Las respuestas a esta interrogante las plantea el Catecismo en los siguientes numerales:
Numeral 457, “El Verbo se encarnó para salvarnos reconciliándonos con Dios: «Dios nos amó y nos envió a su Hijo como propiciación por nuestros pecados» (1 Jn 4, 10). «El Padre envió a su Hijo para ser salvador del mundo» (1 Jn 4, 14). «Él se manifestó para quitar los pecados» (1 Jn 3, 5)”.
Numeral 458 “El Verbo se encarnó para que nosotros conociésemos así el amor de Dios: «En esto se manifestó el amor que Dios nos tiene: en que Dios envió al mundo a su Hijo único para que vivamos por medio de él» (1 Jn 4, 9). «Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna» (Jn 3, 16)”.
Numeral 459 “El Verbo se encarnó para ser nuestro modelo de santidad: «Tomad sobre vosotros mi yugo, y aprended de mí … «(Mt 11, 29). «Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie va al Padre sino por mí» (Jn 14, 6). Y el Padre, en el monte de la Transfiguración, ordena: «Escuchadle» (Mc 9, 7;cf. Dt 6, 4-5). Él es, en efecto, el modelo de las bienaventuranzas y la norma de la Ley nueva: «Amaos los unos a los otros como yo os he amado» (Jn 15, 12). Este amor tiene como consecuencia la ofrenda efectiva de sí mismo (cf. Mc 8, 34)”.
Numeral 460 “El Verbo se encarnó para hacernos «partícipes de la naturaleza divina» (2 P 1, 4): «Porque tal es la razón por la que el Verbo se hizo hombre, y el Hijo de Dios, Hijo del hombre: para que el hombre al entrar en comunión con el Verbo y al recibir así la filiación divina, se convirtiera en hijo de Dios» (San Ireneo de Lyon, Adversus haereses, 3, 19, 1). «Porque el Hijo de Dios se hizo hombre para hacernos Dios» (San Atanasio de Alejandría, De Incarnatione, 54, 3: PG 25, 192B)”.
Ahora que ya conoces la gran importancia de este hecho, te invito a que permitas que Jesús renazca en tu corazón y lo dejes entrar para que puedas ser partícipe de esa vida que Dios nos ofrece.
Oración.
Quiero compartir con ustedes, amigos lectores, hermanos todos, esta oración que, con motivo de la Solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús, el pasado 19 de junio, nos ofreció el Papa Francisco.
“Es una hermosa oración. ‘Haz mi corazón semejante al tuyo’. Una hermosa oración, pequeña, para rezar este mes. ¿La decimos juntos ahora? ‘Jesús, que mi corazón se parezca al tuyo. Otra vez: ‘Jesús, que mi corazón se parezca al tuyo’”
Amen.
El autor es Ingeniero, Locutor y Experto en Seguridad y Salud en el Trabajo.