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Mi adiós para Luquita

Por: Amaury Ureña

Los seres humanos somos extraños, sabemos que vamos a morir y que veremos a muchos de los nuestros dar su último aliento, pero no dejamos de asombrarnos cuando esto sucede. La muerte es nuestra amiga indeseable que sabemos que llegará y la recibimos con desagrado, no nos gustan sus juegos pesados.

Juan Peña o Luquita como lo conocimos desde la infancia, fue uno de los primeros niños que conocí y traté cuando llegué con mi familia a vivir a Las Tres Cruces de Jacagua en la década de los 80s. El patio de su casa colinda aún con el patio de mi casa paterna, en ese tiempo no teníamos esas odiosas paredes que hoy dividen nuestras propiedades y eso nos ayudaba a cruzar por los patios de los vecinos. Luquita, me quedan gratos recuerdos en mi memoria en los que jugábamos tú, tu hermana (Chichi, ya fallecida también), mi hermana Rossy y yo en ese patio que no tenía límite ni fronteras. Te recuerdo cuando me enseñaste a jugar al juego absurdo y divertido de golpear la rueda (goma) de un motor con un palo para hacerla rodar, la patineta que tenías hecha con caja de bolas de vehículos y madera, a tu madre que preparaba ensalada, a tu padre (Lucas) quien andaba siempre en bicicleta, tu pelo rubio y tu forma graciosa de ser, siempre buscando el chiste en cada palabra.

Luego, cuando teníamos otra edad pero seguíamos siendo niños, jugábamos en la calle 2 de nuestro barrio, nos reuníamos todos los días a jugar pelota, belluga, a la plaquita, a las escondidas y otros juegos de la época, nuestro lugar de juego favorito era la conocida «Casa de Hipólito» una casa de dos niveles a medio construir que representó nuestro universo que nos permitía hacer casi todas las cosas que imaginábamos. En los juegos de pelota tenías ventaja sobre nosotros, eras un pitcher fenomenal, con una curva difícil de batear, siempre intentaste enseñarnos como la lanzabas utilizando solo tres dedos (pulgar, índice y el del medio) pero nunca aprendimos, de hecho, en la liga Negro Reyes te destacaste por esa técnica de picheo. En ese tiempo, ya eras otro tipo de niño, más maduro que el resto pero mantenías esa gracia que admiramos mucho.

Recuerdo que contigo Luquita aprendí a decir mis primeras malas palabras, aunque estas solo las decía en la calle ya que en mi casa no me permitían ese vocabulario, también recuerdo que con el tiempo dejaste la escuela, dejaste la liga Negro Reyes, comenzaste a trabajar yo comencé a estudiar el bachiller y nos fuimos distanciando poco a poco, luego solo te veía de manera esporádica.

En una ocasión, ya adultos, llegaste a centro educativo nocturno donde yo laboraba, estabas muy borracho y querías hablar con tu pareja, no se te permitió entrar, yo salí para hablar contigo, me recibiste con muchos abrazos y luego de un largo dialogo te pude convencer para que llegaras a tu casa.

Tu muerte me golpeó tan fuerte que no pude hacer la publicación en Jacagua Express, me dejé llevar de los instintos primarios de negar la realidad de la muerte, por eso, me atreví a escribirte esta triste pieza que nunca vas a leer, pero me es útil para despedirte en honor a la amistad. Adiós Luquita, adiós.

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